Mientras que el mercado en general ha navegado aguas turbulentas, marcadas por una persistente incertidumbre macroeconómica y tensiones geopolíticas exacerbadas por las guerras comerciales, la brecha de rendimiento y adopción entre BTC y ETH se ha ensanchado hasta niveles no vistos en años.
Un barómetro clave de esta separación es la relación de precios BTC/ETH, que ha alcanzado niveles cercanos a 54, una lectura extrema no observada desde los días previos a la pandemia. Este ratio subraya una realidad innegable: los caminos de Bitcoin y Ethereum han divergido significativamente en términos de percepción del mercado, flujos de capital y favor regulatorio durante este año.
Es crucial destacar que, en un año lleno de incertidumbres, ninguna de las dos principales criptomonedas ha cumplido la promesa de ser un activo refugio o el "oro digital". Mientras el oro físico tradicional alcanzaba nuevos récords históricos con una revalorización cercana al 30% en 2025, Bitcoin apenas mantiene una apreciación simbólica del 1% interanual. Ethereum, por su parte, ha sufrido una depreciación sustancial cercana al 50%. Esta diferencia desmitifica su rol como cobertura contra la volatilidad global y refleja dinámicas internas muy distintas.
Gran parte de la explicación reside en el apoyo institucional. La aprobación y éxito de los ETFs de Bitcoin al contado en EE. UU. a finales de 2024 y principios de 2025 abrieron las compuertas para la entrada masiva de capital. Solo en abril, estos ETFs atrajeron entradas netas de aproximadamente $2,800 millones en apenas cinco días.
En contraste, los ETFs de Ether lanzados posteriormente experimentaron salidas netas de $228 millones en el primer trimestre. El complejo marco regulatorio para productos de Ethereum, especialmente en torno al staking, enfrió el entusiasmo institucional.
Bitcoin goza de una clasificación relativamente clara como commodity en EE. UU., facilitando su adopción. La creación de una "Reserva Estratégica de Bitcoin" por parte del Tesoro estadounidense envió una poderosa señal de legitimación. Mientras tanto, Ethereum seguía envuelto en mayor cautela regulatoria, especialmente respecto a su Proof-of-Stake y los rendimientos derivados del staking.
La liquidez de Bitcoin se mantuvo estable (~$500 millones dentro del 1% del precio medio), incluso frente a shocks externos. En cambio, la liquidez de Ethereum cayó un 27%, reflejando menor confianza y mayor fragilidad.
Además, las whales de Bitcoin acumulaban durante caídas, mientras que las whales de Ethereum vendían durante repuntes. Esto impulsó una rotación hacia la calidad, favoreciendo a Bitcoin, que alcanzó una dominancia de mercado superior al 62%, el nivel más alto desde 2021.
De cara al futuro, sin un catalizador institucional comparable o mayor claridad regulatoria, Ethereum podría seguir rezagado. Su narrativa de utilidad (DeFi, NFTs, etc.) ha perdido tracción en un entorno de aversión al riesgo donde Bitcoin domina como activo de reserva cuasi-institucional.
2025 no ha consolidado a Bitcoin como el "oro digital", pero sí lo ha posicionado como el activo de reserva preferente dentro del ecosistema cripto, beneficiado por flujos institucionales y certidumbre normativa. Ethereum, pese a su innovación, enfrenta el reto de atraer la misma confianza en un entorno que premia la simplicidad y seguridad relativa. La gran divergencia de 2025 ilustra cómo la adopción institucional y la claridad regulatoria son los nuevos árbitros del éxito en los activos digitales.
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