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Ayer los mercados globales transitaron una sesión marcada por la sensación de que el impulso del “rally post shutdown” ya quedó atrás. Con la firma de Donald Trump poniendo fin al cierre de gobierno más largo en la historia de EE. UU., la atención se desplazó rápidamente hacia la avalancha de datos que empezará a salir después de semanas de vacío estadístico. Ese giro de foco —del alivio político a la incertidumbre macro— bastó para poner presión tanto sobre las acciones como sobre las tasas de interés, incluso en un día en que el dólar retrocedió marginalmente.
En la renta variable estadounidense, el ajuste fue más evidente en los rincones donde el posicionamiento estaba más congestionado, tales como el complejo de megacaps tecnológicas y nombres ligados a la narrativa de inteligencia artificial. Tras meses en que estos gigantes impulsaron la bolsa, el fin del shutdown actuó como catalizador para reexaminar valoraciones que venían ya en niveles elevados. Mercados caros necesitan tasas más bajas para justificar múltiplos elevados, y con los futuros de la Fed descontando apenas probabilidades de “50/50” de observar un recorte en diciembre —ya no un hecho consumado— dichas valorizaciones comienzan a generar nerviosismo. La caída de más de 1.5% del S&P 500, el retroceso cercano al 2% del Nasdaq y el desplome del índice de megacaps reflejaron el mensaje de que los inversionistas están tomando utilidades donde más han ganado y donde la sensibilidad a las tasas de interés (o descuento) es mayor.
No obstante, la sesión no fue una liquidación indiscriminada, sino una rotación interna bastante clásica. El Dow —con mayor peso en industriales, bancos y salud— resistió mucho mejor que los índices cargados de tecnología, confirmando el movimiento hacia nombres defensivos y sectores anclados a la generación de flujo de caja por parte de las compañías. De hecho, esta rotación lleva varias semanas instalándose conforme el mercado vuelve a enfocarse tanto en la visibilidad y calidad de las utilidades, en un entorno de crecimiento algo más lento, pero todavía positivo. Industriales, financieras, energía y salud están recibiendo nuevos flujos, mientras que acciones cíclicas de mayor calidad empiezan a brillar ante un escenario donde la narrativa de “crecimiento a cualquier precio” pierde fuerza. En ese sentido, el enfriamiento de la tecnología es, paradójicamente, uno de los signos más sanos del año ya que amplía el liderazgo de otras acciones y le da al rally una base más sólida.
De hecho, el centro de toda esta discusión es la propia historia de la IA. Por un lado, el boom de 2025 no ha sido pura especulación ya que el gasto en infraestructura, la demanda de capacidad y los ingresos asociados han crecido a un ritmo notable. La capacidad que entra en operación se utiliza prácticamente de inmediato. Además, los hyperscalers siguen con balances relativamente desapalancados y con margen para financiar inversiones vía caja o incluso algo de deuda sin comprometer su solidez. Pero por otro lado, las valorizaciones están en niveles extremos ya que el sector opera más de una desviación estándar por encima de sus rangos recientes, y el aumento en ventas dentro del espacio tecnológico rara vez es una señal positiva. Por eso, resultados como los de NVIDIA —la próxima semana— adquieren una importancia significativa. Un mensaje convincente de su CEO podría reavivar el apetito, pero cualquier señal de prudencia podría acelerar la rotación fuera de megacaps.
En renta fija, los movimientos fueron una extensión del mismo debate. El repunte de los Treasury a 10 años hacia la zona de 4,1% refleja una corrección marginal pero significativa en las expectativas de política monetaria, no hacia un giro restrictivo, pero sí hacia un escenario menos complaciente. Jerome Powell ya había advertido que ningún recorte está garantizado y que todo dependerá de los datos de inflación. El problema es que parte de esos datos —como la tasa de desempleo del reporte laboral de octubre— simplemente no existe por culpa del propio shutdown. Eso da a la Fed más argumentos para ser paciente, pero deja al mercado navegando casi a ciegas. Y con el flujo de publicaciones normalizándose gradualmente, el precio de los activos estará mucho más determinado por el sentimiento y el posicionamiento que por estadísticas duras durante un par de semanas.
Por su parte, las criptomonedas y commodities no escaparon al realineamiento. Bitcoin perforó nuevamente el umbral psicológico de 100.000 dólares, reflejo de que buena parte del avance reciente se sustentaba en expectativas de tasas más bajas. En metales, el repunte previo del oro —impulsado por la caída de tasas reales y la incertidumbre macro— perdió tracción en un contexto donde los traders se ven obligados a reevaluar el ritmo de recortes. En industriales, especialmente cobre, el diagnóstico estructural sigue siendo alcista por restricciones de oferta y demanda ligada a la transición energética, lo que explica por qué activos andinos encontraron algo de soporte incluso cuando el apetito por riesgo era bajo.
Con todo, si bien esto no parece ser el fin de un mercado alcista, ciertamente las altas valorizaciones y la menor expectativa de tasas de interés más bajas que sustenten dichos múltiplos, llevó al mercado a rotar hacia sectores más rezagados y con valorizaciones menos demandantes.
Aunque el cierre parcial del gobierno ha finalizado, la publicación de cifras macroeconómicas en EE.UU podría llegar a demorarse algunos días más en vista que la recopilación de información por parte de las agencias estadísticas para el cálculo de dichos datos recién comienza. De esta forma, los inversionistas estarán atentos a la publicación de las ventas minoristas y producción industrial y manufacturera en Colombia correspondientes al mes de septiembre, mientras que en Chile el mercado se prepara para el resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales a celebrarse el próximo domingo.
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