Este retroceso no es una fluctuación menor; es el reflejo de una creciente ansiedad en los mercados, alimentada por una confluencia de incertidumbre política interna y la reaparición de un agresivo entorno comercial restrictivo.
Gran parte del infortunio actual del dólar emana de dudas cada vez más profundas sobre la autonomía de la Reserva Federal (Fed), uno de los pilares fundamentales de la estabilidad del sistema financiero global. Las presiones se han reactivado en dos frentes. Por un lado, el secretario del Tesoro, Bessent, ha solicitado una revisión institucional completa de la Fed para evaluar su desempeño, una medida que, si bien se presenta como un ejercicio de supervisión, inevitablemente proyecta una sombra de interferencia política. Por otro lado, y de manera mucho más directa, las recientes declaraciones del presidente Trump, exigiendo recortes de tasas de hasta 300 puntos básicos y amenazando con la destitución del presidente de la Fed, Jerome Powell, han encendido las alarmas.
Estos eventos no son solo ruido político. Para los inversores globales, la independencia del banco central es una piedra angular para la confianza en una moneda. Cualquier percepción de que las decisiones de política monetaria puedan estar subordinadas a ciclos políticos o a objetivos fiscales de corto plazo es un factor inherentemente bajista para el dólar. Por ello, la sensibilidad del billete verde a cualquier titular que ponga en tela de juicio la independencia de la Fed continuará siendo extremadamente alta.
Simultáneamente, el frente comercial vuelve a ser un foco de tensión. El secretario de Comercio, Howard Lutnick, ha establecido el 1 de agosto como una "fecha límite estricta" para la imposición de nuevos aranceles, principalmente dirigidos a la Unión Europea. Aunque mantiene un tono optimista sobre la posibilidad de un acuerdo, la estrategia de negociación al borde del abismo y la confirmación de un arancel del 50% a las importaciones de cobre restauran un clima de incertidumbre que ya ha demostrado ser perjudicial para el dólar en el pasado. Los mercados detestan la imprevisibilidad, y esta política la fomenta.
Desde una perspectiva técnica, la temática de debilidad operacional del dólar regresa. El reciente intento de recuperación encontró un techo en el retroceso de Fibonacci de 61.8% del gran movimiento alcista que se originó en los mínimos de 2021. Este nivel técnico ha actuado como una clara zona de resistencia, rechazando el avance y devolviendo el impulso a los vendedores. El fracaso en superar este punto clave sugiere que la tendencia bajista subyacente sigue prevaleciente.
Con este rechazo, la atención de los analistas se desplaza ahora hacia un nivel de soporte de vital importancia: la directriz alcista de largo plazo procedente de los mínimos de 2008. Esta línea de tendencia, que conforma la base de un canal ascendente de gran amplitud, ha sostenido los avances de mayor amplitud del dólar durante más de una década. Una confluencia de ataques sostenidos a la autonomía de la Fed y una escalada en la guerra comercial podría proporcionar la fuerza necesaria para desafiar, y potencialmente quebrar, este soporte técnico de largo plazo. El resultado de esta prueba definirá, en gran medida, la trayectoria del dólar para el resto del año.
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